jueves, 23 de agosto de 2012

Señor, en ti está la fuente de la vida


Es como un rey que celebró las bodas de su hijo”. Se trata de esa fiesta de bodas que sucederá al final de los tiempos y que será la unión de Jesús con su Iglesia. En este designio misterioso, el Padre ha preparado una Esposa para su Hijo único y se la presentó bajo la imagen de profecía... El Esposo y la Esposa se unen de forma mística; Moisés, con la cara velada (Ex 34,33), contempló a Cristo y a la Iglesia; llamó a uno "hombre" y a la otra "mujer", para evitar mostrar a los hebreos la realidad en toda su claridad... El velo todavía debía cubrir este misterio por un tiempo; nadie conocía el significado de esta gran imagen, ignoraban lo que representaba. Hasta cuando san Pablo manifiesta "es este un gran misterio" (Ef. 5,32).

La sentencia apunta tanto a la mayoría del pueblo de Dios que no ha respondido a su llamada como aquel invitado que no se puso el traje de fiesta. Se habla del rechazo de los que se creían los herederos de las promesas de Dios. Y de los que creen tener el derecho de asistir sin la debida disposición, sin haberse cambiado de traje, sin conversión. En efecto, quien no se haya renovado y no se haya puesto el traje preparado para él, será excluido. Y se repite lo de la parábola de la red en (Mt.13,49).

Muchos son llamados... Muchos son los que Dios ha llamado, esa invitación es perenne en el tiempo para todas las generaciones y para todos los pueblos. Por la gracia bautismal somos amigos de Dios y coherederos con Cristo, quien nos hace merecedores y nos reserva un lugar en el banquete. El evangelio multiplica las imágenes para invitar a ser vigilantes. Es como la puerta estrecha, los primeros que pasan a ser los últimos, las damas de honor que llegan cuando se ha cerrado la puerta. En cuanto a nuestra conversión siempre está el peligro de no ver el trasfondo y darlo todo y hasta el final.

Ay que destacar que nuestras propias seguridades son vanas, puesto que se trata del estado de nuestra alma; es por la gracia de Dios y nuestra obediencia como se garantiza nuestra seguridad. No es por el solo hecho de estar en una situación envidiable o por el solo hecho de haber ingresado en una institución establecida por Dios, como es la Iglesia. El Rey celebra las bodas de su Hijo, que es Cristo, el esposo (cf: Mc 2,19), el que reúne a la humanidad y la une a su persona. Esta obra grandiosa de reunir a los hombres para luego resucitarlos es la que se va realizando a lo largo de la historia, hasta el día en que todos se sienten a la mesa de los vivos (cf: Is 25,6).


No hay comentarios:

Publicar un comentario