sábado, 4 de agosto de 2012

Escúchame, Señor, el día de tu favor


El martirio de Juan Bautista, testimonio de la verdad; su ejecución había escandalizado al pueblo. Poco después el rey Aretas, padre de la primera esposa de Herodes, había infligido una severa derrota a su yerno, y todos vieron en ese hecho un castigo de Dios. Algunos creían en la reencarnación y por eso corrían rumores de que Jesús era una reaparición de Juan; “Éste es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él esos poderes”.

Para muchos que observaban las cosas de lejos, el gran contraste entre ambos era el poder de curación de Jesús. La historia basada en tradiciones muy ampliadas, solo el profeta Eliseo había dejado el recuerdo de un profeta que multiplicaba las curaciones. Los evangelistas dan a entender, sin manifestarlo, que Juan debía dejar el terreno libre para que la misión de Jesús fuera apreciada en su justa medida.

A lo largo de la tradición y de la sagrada Escritura los profetas señalan la responsabilidad especial de quienes detentan el poder: los que guían al pueblo deben ser un ejemplo de rectitud. Juan Bautista no podía hablar de justicia sin reprochar a Herodes su infidelidad. Se trata de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, que reinaba cuando nació Jesús.

El cristiano no debe “avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2Tm 1,8). En toda circunstancia que amerite dar testimonio de la fe, sin ambigüedad,sin miedo a ejemplo de S. Pablo ante sus jueces. "Debe guardar una conciencia limpia ante Dios y ante los hombres” (Hch 24,16-52).

Ayer como hoy vemos que la injusticia se hace presente en medio de las tendencias del mundo por intervención de su príncipe. A la vez, en la Palabra de Dios descubrimos la necesidad de un testimonio claro y concreto de nuestra fe, con la ayuda maternal de nuestra madre Celestial, para llenar de esperanza al hombre que divaga sin Dios y sin ley.

«Con toda la Iglesia, invito a mis hermanos y hermanas en la fe a abrirse constante y confiadamente a Cristo y a dejarse renovar por Él, anunciando con el vigor de la paz y el amor a todas las personas de buena voluntad que, quién encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella».(B-J.Pabllo II)


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