martes, 7 de agosto de 2012

El Señor es nuestro Dios


Jesús les obligó a que partieran sin él, pues veía que eran cómplices de quienes entre la muchedumbre querían proclamarlo rey (Jn 6,15). Jesús caminando sobe las aguas _ los apóstoles no olvidarán estas manifestaciones mediante las que Dios resaltaba el poder del espíritu sobre la materia, pero más todavía descubría el esplendor que irradia de la persona del Hijo, aun en su condición mortal. Para poder entenderlo nosotros hoy seria necesario ubicarnos en la escena y en oración a fin de que el Espíritu Santo nos permita ver la trascendencia que contiene el presente pasaje para nuestra vida, para nuestra fe, para nuestro compromiso decidido con Dios.

A menudo se resalta el chapuzón forzado de Pedro, le podemos señalar diciendo que tenía poca fe y si fuera yo o tú, cuantas veces hemos dudado, cuanta fe nos falta para hacer la voluntad de Dios, para vivir confiados. De manera que también le podemos atribuir a Pedro su atrevimiento de desear para el lo que al parecer solo podía hacer el Señor. Atrevámonos con el Señor que todo lo puede. Aunque es difícil como no lo muestra los versículos (Mt. 6,30; 8,26; 16,8; 17,20). Pero con fe verdadera confiemos sin miedo para que el Señor y no tenga que decirnos: “¡Hombre de poca fe!”

La vida nos presenta cosas posibles, todos tenemos esa capacidad de escalar a medida de nuestro esfuerzo. Pero también existe lo imposibles vedado para nuestro alcance y es cuando viene la actuación de Dios para sus hijos que confían en el con fe. Y es cuando aparece lo impensable, Dios da lo que nos conviene, lo que es mejor y a su tiempo. Pero cuantas veces lo atribuimos a nuestras capacidades, a la casualidad, al destino. Dios obra en sus creaturas pero nosotros nos robamos la autoría para no tener que agradecerle a quien todo lo puede. Por eso no podemos pasar desapercibido un detalle, “Los que estaban en la barca le adoraron diciendo: -Verdaderamente eres Hijo de Dios” ¿Nosotros que estamos en esta barca si le reconocemos, si le agradecemos, si le adoramos en espíritu y en verdad?

Nos dice Dios por medio de san Pablo: [Ef. 3, 17-21] "Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y fundamentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad; y conocer también el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para que os llenéis por completo de toda la plenitud de Dios. Al que tiene poder sobre todas las cosas para concedernos infinitamente más de lo que pedimos o pensamos, gracias a la fuerza que despliega en nosotros, a Él sea dada la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones por los siglos de los siglos. ¡Amén!"


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