viernes, 3 de agosto de 2012

Escúchanos, Señor, conforme a tu clemencia


Antes del advenimiento de nuestro Señor Jesús, ya habían despreciado, apresado y martirizado a muchos enviados de Dios, También el futuro nuestro ocurrirá que por la causa del Señor, por causa de la salvación eterna. Si el Hijo de Dios vino a salvar a un mundo que no lo acogería por el solo hecho de haber elegido ser judío, era el mundo judío el que debía enfrentarse con la sabiduría paradójica de Dios. «Los de Nazaret se admiran de Él, pero esta admiración no les lleva a creer, sino a sentir envidia, es como si dijeran: ‘¿Por qué Él y no yo?’» (San Juan Crisóstomo). La doctrina y la sabiduría del Señor se convertirían para los judíos y se vuelve para nosotros un obstáculo para nuestros criterios mundanos por nuestra incredulidad; y pensamos que lo que sale en una pantalla, en un aviso publicitario y lo que dicen personas en vida de pecado es más real que la verdad misma.

«Conocemos a su padre y a su madre, ¿no es cierto? El no es sino Jesús, el hijo de José. ¿Cómo puede decir que ha bajado del cielo?» (Jn.6,42). Si su comportamiento hubiese sido como uno de los demás, no hubiese sido Dios. El Señor vino a anunciar el Reino de Dios y para ello la conversión, la vida de manos limpias y corazón puro. Porque el mayor anhelo de Dios es que todos nos salvemos que nadie se pierda; que todos vayamos en pos del Señor cargando la cruz bajo la luz providente. Pero ciertamente la mayoría quiere continuar con sus criterios y piensan en la salvación pero sin cruz y sin el Señor y así no es posible, “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn. 14,6) Es evidente que el Señor no fue bien recibido pero no les condena sino que cumple el sacrificio perpetuo y perfecto por la salvación de todos; por lo tanto debemos unirnos a Cristo en oración para que la palabra de Jesús llegue a todos empezando por aquellos a quienes amamos, pero que no quieren escucharnos.


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