lunes, 6 de agosto de 2012

Reina el Señor, alégrese la tierra


La Transfiguración de Jesucristo en el monte Tabor. Con ocasión del bautismo de Juan. (Mc.1,11) Se escucho una voz divina. Esta segunda manifestación, la voz retoma las palabras del poema de Isaías: Este es mi servidor en quien me complazco (Is 42,1). Pero esta vez la voz añade: Escúchenlo, lo que nos reenvía a Dt 18,15. Así como Moisés y Elías fueron llevados por Dios a la montaña santa para que allí fueran testigos de su gloria (Ex 33,18; 1 Re 19,9), así también los apóstoles son llevados por Jesús aparte; también suben a la montaña y en ella Jesús les manifiesta su gloria.

La transfiguración de la persona de Jesús no es algo extraño, ya que también se ha dado en la vida de los santos; recordemos lo que se contaba de Moisés de manera mucho más modesta (Ex 34,29); en el caso de Jesús se hace extensiva a sus ropas. Moisés y Elías, los portavoces de la Ley y los Profetas, es decir de todo el Antiguo Testamento, presentan a los apóstoles, al “Profeta” anunciado por la Biblia. La nube que aquí se menciona es la misma que en varios episodios de la historia bíblica indica y oculta al mismo tiempo la presencia misteriosa de Dios (Ex 19 y 1 Re 8,10). Nuestro Señor Jesús dio a entender varias veces que el Reino ya estaba presente, y estaba todo en él.  

En ese momento era conveniente que los acompañantes del Señor no revelaran lo visto, porque había de venir antes la dolorosa pasión y la cruz, para luego hacer actual su Resurrección, además para evitar equívocos y malas interpretaciones.

El Señor quiso mostrarnos su verdadero cuerpo y dejarnos oír la voz del Padre: «Éste es mi Hijo amado; escuchadle» (Mc 9,7). Escuchar significa hacer su voluntad, contemplar su persona, imitarlo, poner en práctica sus consejos, tomar nuestra cruz y seguirlo. Confiar por siempre en Él que es quien nos llevara al Padre. Y para nosotros hoy que? Entender que la pasión y la cruz son premisas para llegar a la gloria de la Resurrección. Si queremos contemplar la luz verdadera y escuchar la voz de Dos, es necesario acudir al templo al monte que es prefiguración de su Iglesia, como niños mendigos de alimento divino, para nutrirnos y dotarnos de lo que Dios da, para hacernos dignos y poder contemplar y recibir los misterios de la eternidad.


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