jueves, 9 de agosto de 2012

No me arrojes, Señor, lejos de ti


Este pasaje ubica a Pedro en el centro al manifestar su fe; igual que muchos que también demostraron verdadera fe; esta vez es reservado para Pedro la revelación y la promesa excepcional que Jesús le hizo ese día. En primer lugar cambia su nombre, como era costumbre, para indicar que a partir de ese momento cambiaria completamente su estado, que era la de ser portador de una promesa para siempre.

La carne ni la sangre, quiere decir que no es por las capacidades humanas. Pedro vivía al lado de Jesús, a menudo en el mismo cuarto. Al verlo tan de cerca no hubiese creído que era una persona divina; además de las señales y los milagros, la intuición del misterio de Jesús solo es posible mediante la gracia. Seguramente lo expresaría en otras oportunidades: “Nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios” (Jn.6, 69) o el Hijo de Dios. Para Pedro era la maneras de expresar su fe por lo que consideraba a Jesús mucho más que un hombre, que un profeta o que el Mesías, como el profeta que debía venir. Para nosotros hoy tiene sentido y comprensión, el Señor es el Hijo del Padre. Pero definitivamente fueron convencidos de la divinidad del Maestro después de su Resurrección y confirmado con mayor fuerza después de la venida del Espíritu Santo; entendible porque el mismo Señor les decía que no hablaran de él y de sus cosas que demostraban su divinidad.

Pero centrémonos en la promesa hecha por el Señor en vista de la fe de Pedro (cf. Lc 22,31; Jn 21.15s). De tal manera que Dios instaura en nuestro mundo su Iglesia o sea, la asamblea de los que Dios ha congregado, y este pueblo es organizado como cuerpo y Cristo como cabeza. Y le dice: "Te daré las llaves del Reino de los Cielos", algo especial no entendible, ¿cómo un hombre, Pedro o su sucesor, podía tener las llaves del Reino, si Jesús lo repitió que nuestra relación con el Padre prescinde de cualquier intermediario o autoridad humana? Es que dentro del plan divino, Dios es de todos, pero con un pueblo en particular. Es por eso que como sucesor se hace por gracia el guardián de la fe, como nos lo aclara en (Ef 4,15; 5,23).

Atar y desatar significa el discernimiento de lo permitido y lo prohibido o dicho de otra manera lo que es o no parte de la fe de la Iglesia. “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” o “Las puertas del Hades”. O el reino debajo de la tierra, el país de los muertos y de los poderes infernales.

Para nosotros también es difícil pensar como Dios. Pedro cavilando como los hombres infundidos por el astuto, quiso impedir que el Señor padeciera su dolorosa pasión y muerte de cruz, lo mismo que quiso el tentador en el desierto, a fin de impedir que se impusiera el poder de Dios sobre la muerte. El Señor a nosotros nos invita a aceptar ese poder que él tiene sobre nuestra muerte eterna.


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