jueves, 16 de agosto de 2012

Perdona a tu pueblo, Señor


“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” Cristo subraya con tanta insistencia la necesidad de perdonar a los demás “setenta veces siete”, queriendo decir con ello que debería saber perdonar a todos y siempre. Esto se contrapone a la sed de venganza.
Es obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las objetivas exigencias de la justicia.
El perdón incluso la misericordia como su fuente, significan indulgencia para con el que comete el mal, pero es indispensable la justicia frente a lo malo; lo que es detestable son las faltas, los delitos como tal, mas no el pecador. Además de dicho proceso que es específico de la justicia, es necesario el amor, para que el hombre se reconozca como tal. De tal manera que debemos asumir como propio el perdón por amor a Dios y al hermano, rechazando los actos de pecado… Salmo 129 +Desde lo hondo, a Tí grito, Señor - Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de Tí procede el perdón, y así infundes respeto.

El mundo esta cargando el peso del odio y de rencores que los más diversos pueblos tienen acumulado unos contra otros. La humanidad necesita que le enseñen a perdonar. No sabemos perdonar porque no conocemos bien todo lo que Dios nos ha perdonado. No sabemos agradecer porque no reconocemos todos lo dones que recibimos de Dios.

Está claro que debemos oponernos a la injusticia, y, si es necesario, enérgicamente (soportar el mal sería un indicio de apatía, de indiferencia o de cobardía). Pero la indignación es sana cuando en ella no hay egoísmo, ni ira, ni necedad, sino deseo recto de defender la verdad. 
Haciendo un poco de reflexión sobre el perdón, vemos que no es fácil en la medida de la gravedad y del estado de ánimo de quien debe perdonar, pero debe prevalecer la paciencia. Por eso el Señor nos dice que debemos perdonar por amor, en san Pablo nos dice: “Arranquen de raíz de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos, ofensas y toda clase de maldad. Más bien sean buenos y comprensivos unos con otros, perdonándose mutuamente como Dios los perdonó en Cristo” (Ef.4,31-32). 


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