viernes, 28 de febrero de 2014

El Señor es compasivo y misericordioso.


El Evangelio de hoy nos presenta la polémica por el tema del divorcio propuesto por los fariseos, y Jesús da actualidad al mandato inquebrantable del amor de pareja: «lo que Dios ha unido no lo separe el hombre». La luz, la verdad, el camino, la vida son atributos de Dios. Nosotros llegamos apenas a una obediencia que en casos es mediana y relativa. Sin embargo Dios sueña que seamos y nos comportemos conforme a sus planes, querernos incondicionalmente. Nosotros por falta de identidad como hijos de Dios y de obediencia para vivir conforme a la voluntad de Dios se nos hace una carga. Carecemos de un carácter bien formado por faltas de preparación (hacemos preparativos para la boda pero no para el matrimonio) para comportarnos generosamente, incondicionalmente, desinteresadamente, fielmente y para siempre. No obstante estas virtudes las queremos en nuestra pareja, pero no hacerlas vida en nosotros.

Las parejas quieren una unión por fuera de los planes de Dios. Hoy la gran mayoría de las parejas si es que llegan al matrimonio, pero por la vivencia sacramental del Dios que bendice y santifica el amor de la pareja, mas bien por uno de tantos eventos sociales y conveniencias, para poner a la otra persona a su servicio, para no estar solos o por interés material y no con un propósito definido de obediencia “hasta que la muerte los separe” sino hasta cuando nos alcance la tolerancia o bien (hasta que el otro o la otra sea causa de separación)

Jesús es enfático en la exigencia que nos lanza a sus seguidores: buscar en nuestras relaciones de pareja lo realmente esencial y trascendente: la vivencia del amor de dos personas unidas en el sacramento del matrimonio, unión que, pese a las dificultades, sigue recreándose a pesar del transcurso del tiempo en la vivencia renovada de la donación del uno al otro y para los fine que el Dios de la vida lo ha querido; y siendo de esta manera no faltará la gracia, la ayuda y la protección de Dios; por eso ha instituido este sacramento de modo esencial de esa fusión que permite a un hombre y una mujer «no ser ya dos, sino uno solo».

Nos aconseja San Josemaria: “Si –por tener fija la mirada en Dios– sabes mantenerte sereno ante las preocupaciones, si aprendes a olvidar las pequeñeces, los rencores y las envidias, te ahorrarás la pérdida de muchas energías” y muchas desventuras. Los separados sufren mucho y las consecuencias peores las cargan los hijos de los padres separados para menoscabo de una vida digna y pacifica en el medio social.



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