martes, 4 de febrero de 2014

Contigo hablo, niña, levántate


Al reflexionar sobre el santo Evangelio para hoy, encontramos dos situaciones de enfermedad, que causaron sufrimiento continuo y muerte. Habían sido tratadas con la medicina de la época, sin lograr la salud y la vida. Pero el Señor siempre viene en busca del enfermo, del afligido del necesitado para devolver su estado natural.

Dos casos que ameritan fe, dos casos donde se manifiesta el amor y la misericordia de Dios. Tal como ocurre hoy día. Cuando la ciencia no puede contra la enfermedad, se dice por parte de los mismos médicos a sus familias, este caso se sale de nuestras manos. Solo Dios, el Dios de la vida, de la gracia, del amor, a medida de nuestra fe, puede dar vida.

En el marco Evangélico de hoy, acontece un doble acto de fe, que es la certeza íntima de que se recibirá lo que otros no se atreven a pedir o que se obtendrá pasando por encima de las normas religiosas. La mujer no podía toca a nadie, tenía que mantenerse a distancia, porque los que la tocaran quedaban impuros; esta mujer por fe viola las normas y arranca de Dios su sanación y su condición ciudadana, en un acto que para ella es el único y último recurso. «¿Quién ha tocado mi ropa?» aparece lo admirable, es la misericordia de Dios, quien todo lo ve y sabe la intención que hay en nuestro ser.

En el caso de la niña nuestro Señor se encuentra frente a la muerte y da la vida a la niña. Se presenta la oposición de algunos que dicen ya no hay nada que hacer, «Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro» Jairo confía y las palabras del Maestro suenan como algo absurdo, pero el poder y la autoridad de Dios se hace evidente. Estos y todo lo acontecido durante la vida pública del Señor están orientados a la salvación de las almas, quiso devolvernos su confianza, quiso retirar de nosotros la duda, demostró que El es la luz que ilumina nuestras tinieblas, «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14, 6) "Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado; que resucitó al tercer día, también según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce. Después se dejó ver por más de quinientos hermanos juntos, algunos de los cuales ya han entrado en el descanso, pero la mayoría vive todavía. Después se le apareció a Santiago, y seguidamente a todos los apóstoles. Y se me apareció también a mí,(1 Co. 5, 3-8)


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