sábado, 22 de febrero de 2014

“El Señor es mi pastor, nada me falta”


Aun hoy cuando las idolologías y las religiones experimentan grandes crisis, el nombre, el recuerdo, su doctrina, su presencia, su actitud y su voluntad del nazareno, de Cristo es vigente alimentado por la fe, por su verdad, por sus promesas, por la esperanza. Hace que el hombre conozca de manera significativa a Dios. Hoy en la lectura del Evangelio no presenta una gran fiesta, la de san Pedro; remembranza del “príncipe de los apóstoles”. Cuando el Señor quizo conocer los sentimientos de los mismos discípulos, el primero en confesar al Señor es aquel que es el primero en la dignidad de apóstol. Pedro yendo más allá que la gente, reconociendo en Jesús al Mesías, al Hijo de de Dios.

El Señor pregunta a los apóstoles cuál es la opinión que los hombres tienen de él. Y todos, a lo largo del tiempo que exponen las dudas que provienen de la ignorancia humana, dicen lo mismo. A la respuesta de Pedro, inspiración del Espíritu Santo; se hace acreedor para que nuestro Señor Jesús le cambia el nombre significando una nueva vocación y misión en su vida, haciéndolo misionero como Él, compañero de Jesús para el anuncio del Reino. En eso estriba la importancia del recuerdo de esta fiesta petrina, a partir de Pedro todos los discípulos son enviados y mientras permanezcan fieles a este servicio ningún poder, ni terreno ni sobrehumano los podrá acabar. “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.


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