miércoles, 26 de febrero de 2014

Deben decir así: "Si el Señor lo quiere"


Dios trabaja silenciosamente, nosotros con lo poco creemos ya ser dioses. Todo lo bueno pasa por la voluntad de Dios. La vanagloria nos lleva a creernos dueños de nuestro destino. Por su puesto que por soberbia nos incapacitamos para reconocer que de por medio se presentan situaciones que impedirán la realización de nuestros deseos. Solo se puede llegar a feliz término con la autorización de Dios. De manera que nos corresponde ser agradecidos y pedir a Dios su gracia para lograr nuestros buenos propósitos.

La amonestación del día de hoy de parte de nuestro Señor Jesús, es para nosotros también, esa amonestación va contra los celos que siempre dentro del seno de nuestras instancias; pensamos que solo cada uno de nosotros es el capaz, cada uno de nosotros es quien se ha capacitado, los demás no tienen ni la gracia ni las capacidades, que Dios esta solo con nosotros; como si nosotros fuéramos los únicos capaces de hacer el bien. Como si nosotros poseyéramos en exclusiva la presencia y la inspiración del Espíritu Santo.

Dios trabaja silenciosamente, allí donde se lucha por los humildes, por el necesitado, allí donde alguien hace el bien, allí donde con espíritu puro y rectas intensión se combate por la fraternidad y la justicia, allí está el Reino de Dios. Existen muchos cristianos anónimos que silenciosamente y sin saberlo hacen la voluntad de Dios, obrando en misericordia. De tal manera que Dios lo sabe y deja bien establecido que: «quien no está contra nosotros, está a nuestro favor», afirmando de esa manera que el don de Dios hacia la humanidad no es exclusivo de un grupo, de un pueblo o de una comunidad determinada; es universal.

782 del Catecismo.- “Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa" (1 P 2, 9)… -"Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (Cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5, 25). – Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (Cf. Mt 5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano". - "Su destino es el Reino de Dios, que el mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección" (LG 9).


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