lunes, 3 de febrero de 2014

“Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia.»


La presencia de Jesús resultaba demasiado perturbadora en muchas circunstancias. El interés de nuestro Señor Jesús, devolverle la libertad al poseso. La gente no lo entiende muy bien y le piden que se baya de su presencia. Es una triste y equivocada reacción de "autodefensa". Cerramos las puertas a una posible salvación que necesariamente desmantela nuestros criterios.

«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes.» es un reconocimiento de los espíritus, no del poseso. Ahora bien, como ellos sabían que tenían que obedecer y abandonar ese cuerpo donde estaban descansando, quieren hallar otro destino al menos parecido, pero los cerdos se arrojaron al mar. A Jesús le importo la liberación de aquel pobre; a eso ha venido a traer la liberación – con una premisa, «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia.» es decir baya a cumplir la misión, lleve la buena nueva a los tuyos, sea testigo de lo que Dios ha hecho contigo.

En muchos pasajes del Evangelio encontramos la presencia de espíritus del mal, la pregunta es: ¿será que hoy día ya no existe esa manifestación? La respuesta es sí. Resultara perturbador para ellos. Muchos somos testigos presenciales de tales manifestaciones. Lo que si ocurre es que los espíritus del mal no se manifiestan mientras que alguien no pretenda desalojarlos, mientras que alguien que esté en gracia y sienta amor por las almas y sienta interiormente el ardor por su salvación; pero para infortunio de la humanidad estas personas resultan siendo muy pocas. De ahí que muchos no se den cuenta de ser aposento de descanso para los espíritus que eternamente están en desgracia.

Nos corresponde a nosotros y es preciso que Dios sea quien haga presencia en nuestro espíritu, porque lo que ha querido Dios para nosotros es que seamos templos vivos del Espíritu santo. Que aceptemos el Reino de Dios en nuestros corazones. «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. ... En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho.” (Jn. 14, 23-26)


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