martes, 17 de julio de 2012

Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio


Ante tanta incredulidad, nuestro Señor Jesús, nos hace advertencias. Son tantos los beneficios de parte de Dios y sin embargo seguimos en la terquedad, sin amar a Dios, sin obedecerle y dejándonos llevar por las corrientes mundanas. No reconocemos las obras de Dios que son manifestación de su amor, por lo tanto pecamos por nuestra ingratitud y donde no hay fe, Dios no actúa. (Mt 13,58; Jn 15,24)

Corozaín y Betsaida. Estas dos ciudades tenían escuelas superiores de religión, pero no habían acogido el Evangelio. Tiro y Sidón eran dos ciudades paganas maldecidas por los profetas y luego destruidas – la justicia de Dios recae tarde o temprano – es un exabrupto querer oponernos con desobediencia a Dios. (Is 23,1-12; Jer 47,4) (Is 23,1; Ez 26,2- 8; Jl 3,4; Am 1,9; Zac 9,2; Est 4,1).

El hombre con su soberbia ha tratado de ser dios sin Dios, porque no mira la eternidad, no se da cuenta que Dios cumple sus promesas; quiere valerse de sus propias fuerzas, se fija en lo material, sin darse cuenta de su verdadera escancia que es su alma y su espíritu; vive una vida de pecado que con el trascurrir se vuelve mas ciego y mas sordo, el maligno le conduce por la oscuridad y al abismo eterno. (Is 14,13; 2Pe 2,6)

Dios ha querido que el hombre viva bajo unos parámetros religiosos, políticos y sociales que hagan posible la vida digna y común. Y para ello debemos confiar en la alianza que Dios ha sellado con el hombre. Nuestro Señor Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). Pero este querer de Dios va mas allá de nuestra propia persona también incumbe la responsabilidad con nuestra patria, nuestra localidad, nuestra sociedad, nuestra política, nuestro progreso digno, nuestro trabajo y nuestro ejemplo de vida. No hagamos caso a aquellos que mucho hablan, escuchemos más bien la voz de Dios.


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