jueves, 5 de julio de 2012

Confío, Señor, en tu misericordia


Con este milagro del paralítico perdonado y sanado, Jesús da tres respuestas a la vez: al enfermo, a sus amigos y a los fariseos.
Al ver la fe de aquella gente. Son los amigos del paralítico quienes habían convencido a su compañero de que debía ir donde Jesús. Y Jesús premia su fe.

Se te perdonan tus pecados. ¡Qué palabras tan extrañas! ¿Cómo podría perdonar Jesús los pecados si el hombre no es consciente de falta alguna y si, al mismo tiempo, no está arrepentido y en espera del perdón? Seguramente hay algo que el Evangelio no dice, pero muchos textos del Antiguo Testamento destacan las relaciones complejas entre el pecado y la enfermedad. A menudo la enfermedad hace tomar conciencia de nuestra situación de pecadores. Jesús actuó como Dios: miró al pecador, le quitó sus complejos de culpabilidad y le perdonó antes de sanarlo.

Los fariseos se escandalizan por las palabras de Jesús; por supuesto que sólo Dios puede perdonar los pecados. La gente sencilla no reaccionó, pero la indignación de los maestros de la Ley está muy justificada, ya que ni ellos ni los mismos discípulos de Jesús entienden quién es él. Jesús, sin embargo, los deja callados: si yo doy la salud como lo hace Dios, ¿por qué no voy a perdonar también como lo hace él?
Estas palabras de Jesús revelan quién es su persona y también manifiestan una manera nueva de actuar. Los que tienen el don de sanar las enfermedades piden siempre ante todo la reconciliación con Dios, con los demás y consigo mismo.

¡Feliz el que recibe la certeza de su perdón por la mirada y las palabras de algún hermano! Jesús perdona el pecado porque es el Hijo del Hombre (Jn 5,27) y desea que recibamos el perdón de Dios y de los hombres dentro de la comunidad cristiana.

Alabó a Dios por haber dado tal poder a los hombres”. Esta frase es un poco oscura. La muchedumbre se asombra al ver cómo el poder salvador de Dios se ha manifestado entre los hombres y por medio de un hombre, Jesús. Los ministros de la Iglesia tienen autoridad para perdonar, pero la gracia de Dios pasa también por muchos otros canales (1Cor 5,3-5; 2Cor 2,5-11). Aceptando humildemente la corrección fraterna, con el perdón mutuo. Cristo es el que perdona, y lo perdonado en la tierra es perdonado en el cielo (ver Mt 18,18). «Es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde». San Agustín,


No hay comentarios:

Publicar un comentario