miércoles, 18 de julio de 2012

Escucha, Señor, mi voz y mis clamores


Este texto es una revelación de cómo es Dios y quién es Dios, y nos lleva mucho más allá de los “tal vez” filosóficos. Dios renegaría de sí mismo si se pudiera descubrir al cabo de una argumentación. Si es Dios Amor y si está en su naturaleza inclinarse hacia lo que es pequeño, habrá que buscar en esa dirección. Él se manifiesta gustoso en la experiencia común de la gente humilde.

Tampoco condena a sabios y entendidos; Dios ha buscado servidores y amigos en estado de heredad de riquezas humanas; pero estos sin un determinado grado de humildad no hubiesen sido tenidos en cuenta por Dios. Dicho en otras palabras lo que impide la cercanía de Dios es la soberbia y lo que nos acerca a Dios es la humildad. Quien busca desaforadamente el poder, la fama o el tener, carece de humildad.

La humanidad no quiso llenarse del conocimiento que Dios le ofrece y se desvió de los caminos trazados a su pueblo y por ello envió a su Unigénito para salvarnos con la locura de la cruz, que no es una perdida sino que es la manifestación del poder de Dios contra el maligno, contra la muerte por el pecado. (Jn 7,48; 1Cor 1,17; 1Cor 1,26)

«La noche es propicia para los misterios; es entonces cuando el alma —atenta y humilde— se vuelve hacia sí misma reflexionando sobre su condición; es entonces cuando encuentra a Dios». (San Clemente de Alejandría). El conocimiento espiritual va mas allá del intelecto humano, la filosofía nunca podrá reemplazar a la revelación. Dios da ha conocer algunas cosas a la gente sencilla, honesta, que confía y que ama realizar la voluntad de Dios dentro de las posibilidades que ofrece el amor y la misericordia. Por allí vemos la relación con los niños en (Mc. 10,15). Tampoco se trata de un conocimiento llano y merecido sino que es el poder de Dios manifestado a los humildes que aman a Dios en espíritu y en verdad. Tampoco es el mucho hablar, es el mucho tener en cuenta a Dios, para que sea quien dirija nuestra vida, haciendo con confianza, sin miedo y sin omisiones. Pues en el poder de nuestro Señor Jesús esta nuestra vida eterna, en sus manos debe estar nuestra confianza y nuestro deseo de ser santos, los que no tienen un juicio y una condena. (Mt 28,18; Jn 3,35; Jn 13,3; Jn 17,2)


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