jueves, 26 de julio de 2012

“Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua.”


Nuestro Señor Jesús enseñaba mediante imágenes, pero ahora las imágenes no ayudan a comprender, sino que al contrario parece que ocultan la verdad. ¿Acaso Jesús habla en parábolas porque los oyentes no quieren comprender o para que no comprendan? Tal vez lo uno y lo otro al mismo tiempo. Quizá la parábola no sea tergiversada igual que el lenguaje llano.
Se nos ha dado el misterio del Reino de Dios a quienes responden al llamado y se han integrado a su iglesia en su comunidad para que seamos sus discípulos, el Maestro nos revelará poco a poco el modo de actuar de Dios. En un primer momento Jesús se dirigía a las muchedumbres, ahora en cambio a los que acatan su llamado. Y este llamado es un don de Dios, felices los que escuchan la voz del Señor sin ver, felices los que ven la luz de Dios, la verdad que proviene de Dios, sin meterse en los interrogantes que al estar sin la gracia, el enemigo hace ver o creer lo que no es, porque es capaz de engañar y de dispersar.

Al que tiene se le dará más. El verbo “tener” aquí significa producir, como el árbol que tiene frutos. Es decir, que se dará al que hace fructificar los dones de Dios. El que pone en práctica las virtudes el Espíritu Santo va aumentando sus dones para el crecimiento personal, para el servicio a la iglesia y para su santidad.
El reino de los Cielos. O lo mismo el Reino de Dios. Podemos equivocar este uso, pensando que el Evangelio solamente hablaba del Reino de Dios en el Cielo, después de la presente vida. En realidad Jesús proclamaba que Dios había empezado a reinar entre los hombres.

También nosotros queremos cosechar, o sea, gozar de los frutos del Reino de Dios, que son la paz social, la justicia y la felicidad. Y muchos se extrañan que con el paso de los años después de Cristo, los hombres sigan aún tan malos. Hay que entender que todo lo del “reino de Dios” en el presente mundo queda y quedará como una semilla y que nadie lo captará si sólo se interesa por los frutos que se podrían cosechar. El reino de Dios está donde Dios reina, y Dios está reinando donde puede actuar como Padre y donde sus hijos reconocen los proyectos que tiene sobre ellos; donde se le escucha, se le obedece y se le acepta como Dios soberano.   «Recibe, pues, la imagen de Dios que perdiste por tus malas obras» (San Agustín).

Podemos decir que sólo aprendemos porque ya sabemos. Lo mismo podría decirse de la visión: sólo vemos lo que ya conocemos; sólo escuchamos lo que ya entendemos, es como una aparente contradicción; la sabiduría de Dios crece en la medida en que la cultivamos. El acatamiento de los ‘misterios del Reino’ exige cambios de percepciones y actitudes; para lo cual podemos preguntarnos: ¿Cómo percibo la experiencia religiosa del común de los creyentes? ¿Qué puedo aprender de la religión popular? ¿Qué me enseña la Biblia de la experiencia del Pueblo de Dios? ¿Cómo transformó el seguimiento de Jesús la vida de los primeros creyentes y cómo puede transformar la mía?


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