sábado, 5 de abril de 2014

Señor, Dios mío, a ti me acojo


La cita que nos trae el Evangelio de hoy no nos ofrece palabras del Maestro, pero sí las consecuencias de lo que Él decía y hacia, los efectos de su ejemplo de vida. Inicia los defectos de la soberbia y autosuficiencia que pueden darse en los que acostumbran a criticar y los que se consideran estar al corriente o expertos. Los fariseos replican: “¿también vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Lo mismo ocurre hoy día, son muy pocas las personas que confían plenamente en Dios. Pero si hay muchos que al ver la conversión de alguien, dicen también este se volvió un fanático. Se cumplen las consecuencias por lo que Él decía. “signo de contradicción” que Simeón había anunciado a María (cf. Lc 2,34).

Fue y es motivo de contradicción no solo sus palabras sino también sus obras, provocan muchas veces el asombro, la admiración; y, también, la crítica, la murmuración, el odio, (...) No debería ser criticada la caridad sin embargo lo es, Jesucristo habla el “lenguaje de la caridad”: sus obras y sus palabras manifiestan el profundo amor que siente hacía todos, especialmente hacia los más necesitados. Pero no falta quien se sienta incomodo cuando alguien se manifiesta como testigo de Cristo por medio de la caridad. Mas no por eso haya que abandonar ser su testigo para dar ejemplo de vida y para ello contamos con la acción y la sabiduría del Espíritu Santo. La vocación católica comporta una respuesta radical, tan radical como fue el testimonio de entrega y obediencia de Cristo a Dios Padre. “Todo está consumado

Aunque escandalice a muchos, es nuestro deber hacer la obra porque actuamos con fe, para hace eco de lo que le oímos a nuestro Señor Jesús: “Te glorifico, Padre, señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a sabios y entendidos y las revelaste a la gente sencilla. Sí, padre, porque así te ha parecido bien” (Lc 10,21; par. Mt 11,25-26). Ese beneplácito divino, que no se entiende bajo los criterios elaborados por la sabiduría humana. «Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre» (v.46). La fe verdadera que nuestro buen Dios nos pide involucra una opción. Dios no se nos imponer; “vino a la Tierra de manera discreta; murió empequeñecido, sin hacer alarde de su condición divina" (Flp 2,6). Es lo que expresa santo Tomás de Aquino en el Adoro Te devote: «En la cruz se escondía sólo la divinidad, aquí [en la Eucaristía] se esconde también la humanidad».


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