viernes, 4 de abril de 2014

El Señor está cerca de los atribulados.


La sabiduría es providente, no es precisamente de propiedad. Como nos lo narra el santo Evangelio, presumían de conocer a nuestro Señor Jesús, guiados solo por la visión que tenían de Él. Comparemos, si conocemos a alguien de vista, le juzgamos por su manera de vestir porque sabemos donde vive, porque miramos que bienes posee; pero jamás podremos saber su intensión, sus pensamientos, su intimidad con Dios, (…) si esto ocurre con una persona con mayor razón nuestra presunción resulta siendo desafortunada al tratar de definir con nuestros criterios a Dios, incluso no somos capaces de estimar el grado de su amor que es la característica más visible y destacada de Dios, se quedaran cortos nuestros cálculos. “Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; nadie sabe quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera dárselo a conocer.» (Lc 10,22)

Por el contrario, Dios si tiene el poder y la facultad de conocernos hasta lo más intimo como son nuestros pensamientos y nuestras intensiones. Dios lo sabe todo.— «todo está descubierto y abierto a la vista de aquel a quien tenemos que rendir cuentas» (Hebreos 4,13).

Sal 139 8138) "Señor, tú me examinas y conoces,… tú conoces de lejos lo que pienso… eres testigo de todos mis pasos. Aún no está en mi lengua la palabra cuando ya tú, Señor, la conoces entera…Me supera ese prodigio de saber, son alturas que no puedo alcanzar. ¿A dónde iré lejos de tu espíritu, a dónde huiré lejos de tu rostro? Si escalo los cielos, tú allí estás, si me acuesto entre los muertos, allí también estás. Si le pido las alas a la aurora para irme a la otra orilla del mar, también allá tu mano me conduce y me tiene tomado tu derecha. Si digo entonces: «¡Que me oculten, al menos, las tinieblas y la luz se haga noche sobre mí!» Mas para ti no son oscuras las tinieblas y la noche es luminosa como el día. Pues eres tú quien… quien me tejió en el seno de mi madre".

Estaremos locos cuando pretendamos juzgar a Dios. Cuando decimos que su doctrina es de antaño, que las cosas deben modernizarse y actualizarse a nuestro grado de cultura. Es una tentación cuando pretendemos cambiar su Ley. Porque la gente quiere ser dios sin Dios. Pero también es un pecado de omisión cuando nos quedamos callados, cuando nos comportamos como “perros mudos” como decía san Pablo. La humanidad pretende ir en contra de Dios y a nosotros no nos dice nada, no hablamos de Dios lo suficiente para ilustrar la ignorancia de la gente. Tampoco alabamos y glorificamos a Dios porque no le conocemos, porque no dialogamos con Él.



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