jueves, 3 de abril de 2014

“Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo”.


Hoy las lecturas nos develan nuestra idolatría y nuestra falta de fe. Es verdad que no fundimos bueyes para creer en ellos pero creemos y ponemos nuestros sentidos y nuestra confianza en lo material o en personas, olvidándonos o dejando a Dios en un segundo plano. Recrimina el Señor nuestra ceguera y sordera al testimonio de Juan, por Dios como testigo de la luz. Tampoco prestamos atención al testimonio de las propias obras de Jesús, de su Palabras que enseña y orienta para tener vida, permaneciendo en su iglesia y comportándonos como sus discípulos con fe íntegra y comunal. Además nos falta escuchar el testimonio del Padre, por tanto si no reconocemos al Dios verdadero, nos incapacitamos para conocer a su enviado. Todo esto nos ocurre cuando no vivimos el mandamiento del amor, es decir no nos dejamos amar por Dios, que nos capacita para dar amor. Así lo afirma nuestro gran san Pablo: Cuando éramos enemigos de Dios, nos reconcilió con él por la muerte de su Hijo (Rm 5, 10). Si no hubiese amado a sus enemigos no los tendría por amigos; como tampoco existirían aquellos a quienes amó de esta manera, si no los hubiese amado antes.

ES verdad que es duro vivir este peregrinar terreno por la injusticia y la falta de paz en el mundo, pero también es verdad que la justicia y la paz la hacemos o la dejamos de hacer cada uno de nosotros. Si solo buscamos nuestra propia gloria sin ver, ni percibir la gloria que procede del único Dios, por falta de la fe verdadera, porque entrañamos es nuestra autosuficiencia y nuestra supervivencia. Como discípulos del Señor tenemos la obligación de creer en el testimonio de Dios, de nuestros antepasados y dar testimonio de vida a los demás. Si esto no sucede en nosotros es porque se está cumpliendo las palabras en el pasaje donde Abraham dice: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos, no se convencerán.» (Lc. 16, 19-31)

Nosotros contamos con un valioso recurso para alimentar nuestra experiencia de fe: la Biblia y la vida sacramental. En la Palabra de Dios esta su testimonio y el del pueblo de Dios. Y en la vida sacramental esta el sustento anímico para el alma que nos impulsa a permanecer en la vida donada y a dar testimonio de fe.


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