martes, 22 de abril de 2014

Conviértanse y bautícense en el nombre de Jesucristo.

“Ve a buscar a mis hermanos”
"La oscuridad reinaba en el exterior, todavía no era de día, pero aquella pequeña cavidad estaba llena de la luz de la resurrección. María vio esta luz por la gracia de Dios: su amor por Cristo creció, y tuvo la fuerza para ver ángeles… que le dijeron: " ¿Mujer, por qué lloras? Lo que ves en esta pequeña cueva es el cielo o más bien un templo celeste en lugar de una tumba cavada para ser una prisión… Entonces ¿Por qué lloras? "… En el exterior, el día permanece indeciso, y el Señor no deja ver este resplandor divino que le habría hecho que lo reconocieran en el mismo corazón del sufrimiento. María no lo reconoce… Cuando habló y cuando se dio a conocer, hasta entonces, aún viéndolo vivo, no tuvo ni idea de su grandeza divina y se dirigió como a un hombre cualquiera… En un arranque de su corazón, quiere echarse sobre sus rodillas, y tocar sus pies.

Pero Jesús le dice: "No me toques, porque el cuerpo del que ahora estoy revestido es muy ligero y más volátil que el fuego; puede subir al cielo, hasta muy cerca de mi Padre, a lo más alto de los cielos. Yo todavía no he subido a mi Padre, porque todavía no me he mostrado a mis discípulos. Ves a encontrarlos; son mis hermanos, porque todos somos hijos de un solo Padre " (cf Ga 3,26)…

La iglesia donde estamos es el símbolo de esta cavidad. Es el mejor símbolo: es por decirlo así otro Santo sepulcro. Allí se encuentra el lugar donde se deposita el cuerpo del Maestro; allí se encuentra la mesa sagrada. Así pues, el que corra de todo corazón hacia esta divina tumba, morada verdadera de Dios, aprenderá allí las palabras de los libros inspirados que le instruirán a manera de los ángeles sobre la divinidad y la humanidad del Verbo, la Palabra de Dios encarnado.

Y así verá, sin error posible, al mismo Señor … Porque el que mira con fe la mesa mística y el pan de vida depositado sobre ella, ve allí en su realidad al Verbo de Dios que se hizo carne por nosotros y estableció su morada entre nosotros (Jn 1,14). Y si se muestra digno de recibirlo, no sólo lo ve sino que también participa de su ser; lo recibe en él para que se quede allí."
San Gregorio Palamas (1296-1359), monje, obispo y teólogo

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