viernes, 25 de abril de 2014

"Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado"


El actor principal de los «hechos de los apóstoles» es el Espíritu Santo, como también lo es hoy día rigiendo la iglesia de Cristo. Al leer estos acontecimientos puede uno imagina a los apóstoles como hombres extraordinarios, pero su condición era más sencilla de lo que parece. Hombres comunes instruidos por el Maestro pero inspirados por el Espíritu Santo. Ellos en un principio tenían dudas y temores, y lo que nos narran las Escrituras son precisamente la fuerza que los movía para ser elocuentes y para superponer las dudas y el temor.

El hecho realizado en un enfermo es lo aprendido por el Señor cuando les decía "vayan y anuncien el Reino de Dios, inviten a la conversión, sanen enfermos y expulsen demonios". Pero siempre actúa el “Dedo” de Dios; ni ellos ni nosotros somos capaces de hacer milagros, de sanar o expulsar demonios, si se da es porque se hace en nombre de Dios y dependiendo de la fe y de la intensión de quien lo pide y del receptor, quien debe, en primer lugar conducirse a un estado de conversión verdadera.

El Señor estará siempre atento a invitarnos a su banquete, depende de nosotros aceptar la invitación o rechazarla. Grande es la obra del Maestro y también es grande la obra del Espíritu Santo quien ve el interior de las personas y cuanto deseo sentirá de poder ser huésped de todas las almas, para que con sus pensamientos, palabras y obras agraden y glorifique al Padre y al Maestro. El Señor se hace presente para invitar de nuevo a una comida, como símbolo de fraternidad y de amor, Ha preparado las brasas y el lugar. Sólo falta el pescado. Por eso les pide a sus amigos que hagan lo que saben hacer: pescar. Aunque en adelante, como les había dicho, serán “pescadores de hombres”. Su ocupación y preocupación ya no serán los peces, sino las personas. Pero esta labor enseñada de Palabra le faltara la infusión en el alma por parte del Espíritu Santo; por eso a partir de Pentecostés cambia radicalmente la vida y la aptitud de los discípulos y apóstoles.

En la Eucaristía, es el mismo Jesús quien da como alimento, haciéndose presente de una manera misteriosa. Como los discípulos a nosotros también nos produce asombro el misterio divino. Es una invitación a la comunidad eclesial de todos, por todos para encontrarle el sentido y la vocación; para que Jesús sea Señor de la vida y de nuestra vida; para que el Espíritu Santo nos habilite para obrar conforme a la voluntad de Dios. Y liberados de nuestras ataduras, seremos libres, llenos de buenas intensiones y sin temores para ejercer la misión encomendada desde nuestro bautismo ya que el Señor nos invita a ser “pescadores”




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