jueves, 12 de abril de 2012

¡Qué admirable, Señor, es tu poder!



«Paz a ustedes.» Que no nos apartemos de la paz que proviene de Cristo. Se nos describe el asombro de los reunidos al manifestarse la aparición del que había sufrido el aparente fracaso en la crus, y ven que esta vivo – no cabe en la mente humana – da a pensar en una alucinación.

Tóquenme y fíjense bien”. Cuando estaba colgado en la cruz, me insultaban diciendo: "El que salvó a otros, no puede salvarse a sí mismo. Que descienda de la cruz y creeremos" (Mt 27,40). ¿Qué seria más difícil, descender de la cruz arrancando los clavos o regresar de los infiernos pisoteando la muerte? Yo mismo me salvé, y rompiendo las cadenas del infierno, les devolví la vida y subí al Padre. Nosotros hoy tampoco entendemos la magnitud de su obra salvadora.

El Resucitado aprovecha estos encuentros para aclarar el sentido de su misión: El Señor verifica lo anunciado por los profetas, (indispensable para comprender los acontecimientos que se están desarrollando) respecto de un salvador rechazado por los suyos, y que lleva sobre sí el pecado de su pueblo, incluido la violencia de la sentencia que lo llevo a la cruz.

El Salvador tenía que sufrir y la misión en su nombre invitando a la conversión, la cual debe proclamarse, para llevar al arrepentimiento y obtener el perdón de los pecados. Él nos salvó del pecado. Y el pecado es la falla desobediente y enorme inscrita en la historia humana, de la que todos nos hacemos responsables al cerrarse nuestra conciencia a la luz de Dios.

La conversión cristiana no es algo así como pasar de un bando a otro, de un grupo religioso a otro. Es un refundirse de la persona, la cual forma parte de una sociedad, de una historia. El mensaje de salvación incluye además la educación de las naciones para que descubran el plan de Dios sobre el hombre. Y “ustedes son testigos de todo esto”. Para predicar el Evangelio e invitar a la conversión que lleva a una fe autentica. “la fe en Cristo Resucitado transforma la vida, libera del miedo y da firme esperanza” (Benedicto XVI).

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