lunes, 16 de abril de 2012

Lo que nace del Espíritu, es espíritu


Nuestro Señor sabia de Nicodemo, era representante del judaísmo; nuestro Señor Jesús, le hace caer en cuenta que no es conocimientos sino una renovación interior, lo que necesita, es el perdón del pecado heredado, la acción del Espíritu Santo y una permanente conversión, es el “nacer de arriba”. El Espíritu Santo obra en el alma e inspira una nueva manera de pensar, de sentir, de amar a las personas y la existencia misma. El creyente se siente a gusto con Dios y sin temor; Comprueba que su vida no la orienta tanto él mismo como otro que vive en él, y le es natural hablar de otra vida, la del Espíritu.

El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” el alma entra en un estado de perfección, por obra divina. Es el Espíritu Santo es quien edifica para que como hijo de Dios, se abra al misterio de Dios, se disponga a permanecer, a perseverar y al cumplimiento de la misión con valentía.

Nicodemo era un hombre de reputación y no quería arriesgarla, posiblemente por eso procuro que no lo vieran. A nosotros cuando estamos alejados de Dios, también nos causa prejuicios el acercarnos a su Iglesia y a sus seguidores y mucho menos participar. Quizá por miedo a encontrar la verdad que no ha querido conocer, que lo va confrontar con sus intereses, su manera de pensar y sus sentimientos. Nicodemo llego en la oscuridad y salió de allí con luz para su alma, con la luz que no se oculta, con la luz que iluminaria su camino, siempre y cuando quisiera seguirla. Nosotros también recibimos esa Luz y es nuestra libertad seguir esa luz, el camino iluminado o caminar en sentido contrario que cada vez puede ser más oscuro.

El nacido humanamente de carne debe morir para renacer del Espíritu y para vivir y ser espíritu, nacido en el Bautismo, que lo normal seria que permaneciéramos en ese estado, pero viene la tentación que nos hace caer porque optamos por una cruz muy pesada y para eso vino Jesucristo, actuante en el tiempo, para cargar la pesada y darnos una cruz liviana, llevadera; y que cada vez que caigamos al pecado levantarnos a la vida, para un renacer de nuevo, en definitiva es Cristo quien nos da la vida. ¡Qué pérdida llegar al infierno con una cruz pesada, no llevadera, y desgraciada eternamente!


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