martes, 17 de abril de 2012

El Señor es un rey magnífico


En la Biblia la misma palabra significa “espíritu” y “viento”: es el soplo de Dios; la acción del Espíritu Santo que escapa a la razón. El Señor nos manifiesta algo nuevo para el obediente introducido en la comunión con Dios, su vida entera será inspirada por el Espíritu Santo y será atraída por la perfección divina. El Espíritu Santo obra en el alma e inspira una nueva manera de pensar, de sentir, de amar, de obrar y su existencia misma. La nueva vida en el Espíritu comenzará a mostrar su rostro.

Este “renacer del Espíritu” exige que se haya reconocido el misterio del Hijo de Dios que vino a los hombres para sufrir, resucitar y luego ser fuente de salvación. El Hijo ha bajado del cielo, pero tiene que ser levantado. Palabras incomprensibles que nos invitan a mirar de frente lo que, en el plan de Dios, es más difícil de aceptar; la expresión ser levantado se refiere tanto a la cruz como a la resurrección. Por tanto el seguimiento de Cristo levantado nos lleva a la santidad, es quien nos devuelve la vida y recompone nuestra integridad, dándole dignidad y devolviéndonos la amistad para la eternidad con Dios.

Nuestro Señor Jesús es el único Revelador que ha bajado del cielo a comunicar la voluntad del Padre, a desglosar la verdad, a devolvernos la vida, a señalar el camino que conduce a la salvación. Es nuestra esperanza y en Dios no hay engaño.

Es la insignia de la cual no podemos apartar nuestra mirada. Sin embargo las criaturas humanas se dejan distraer con lo que propone el príncipe de este mundo, quien quiere vernos desgraciados como él lo será por su propia voluntad y soberbia.

Hubiese alguna evasiva si no hubiese quien nos mostrara el camino, pero el mismo Dios se hizo hombre y cargo sobre sus hombros el peso de la cruz, el peso de nuestra culpa, y su pasión no termina, a Dios le cuesta mucho las almas; y nosotros todos uno en Cristo, debemos poner nuestro aporte cargando nuestra propia cruz la cual será llevadera por la gracia providente.


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