sábado, 14 de abril de 2012

No podemos dejar de contar lo que hemos visto



Al alba del primer día – la luz clave Pascual – día que no acaba, luz que no se opaca – los acontecimientos se van desarrollando entre la luz que quiere resplandecer en nuestras almas y la incredulidad del hombre. Entre el alejamiento desobediente y los dones de Dios y nuestra conversión, regreso de los discípulos de Emaús. Entre el reproche por nuestra dureza de corazón (“Me castigó, me castigó el Señor, pero no me abandonó a la muerte”), pero no nos abandona y la obediencia.

Luego nos exhorta a ser diligentes en la misión. Con su resurrección nuestro Señor Jesús empieza a participar plenamente de la gloria divina. Jesús es ahora Hijo de Dios-con-poder (Rom 1,4), y pide que creamos en su Nombre, o sea, en el poder divino que acaba de recibir y que actúa en él. Jesús resucitado ha recibido ese Nombre que supera todo otro nombre (Fil 2,9).

Por lo tanto nosotros somos sus siervos inútiles, pero ha de aflorar el ansia por las almas (Jn.4, 32) por encima de cualquier prejuicio – desde el poniente al occidente - a dejar la pereza, el relativismo, la indiferencia y el egoísmo, pues los demás son hijos de Dios y también merecen el rescate de la muerte para hallar la vida, es la mejor manera de glorificar y obedecer a Dios. Si el hombre por desobediencia se labro la muerte. El hombre por obediencia ha de ser liberado y vuelto a la vida, por la gracia que nos otorgó el Señor y la acción del Espíritu Santo, y la intercesión de la santísima Virgen, nuestra Madre celestial.


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