lunes, 9 de junio de 2014

Siempre me cuidará el Señor.


Inicia el tiempo ordinario, pero antes quiero dejar en tu monitor uno de los dones del Espíritu Santo: “Temor de Dios” Es el freno al pecado, es tener nuestro espíritu contrito ante Dios, consientes de las culpas y del castigo divino, Se ha buleto cultura la indiferencia frente al pecado y una de las causas es porque no conocemos a Dios, a quien se le conoce dentro de la fe en la misericordia y providencia divina. Muchos de nuestros coetáneos no saben lo que es el pecado y, ¿cómo se van a arrepentir si no saben de qué? Afortunadamente Dios se ha manifestado como el supremo misericordioso, en el pasado y lo será también con nosotros. Al reconocer nuestras faltas pedimos perdón e imploramos misericordia, y Dios perdona porque, al fin y al cabo, nosotros somos su pueblo. Hoy nos quejamos del "silencio de Dios" frente a la injusticia en la que vive la mayoría de la humanidad. Injusticia que nosotros mismos creamos o promovemos para luego preguntar a Dios por qué las permite. Creemos en nuestros propios intereses, pero no viene a nuestra mente la caridad, la misericordia. (cfr Jn 15, 4-7). Que nos invita a “Permanecer” sin dobleces.

Hoy iniciamos con el Evangelio Según san Mateo, que enmarca un plan en conjunto empezando por la proclamación de las bienaventuranzas. Precisamente para los que sienten “temor de Dios” pero quizá seamos más indolentes que deseosos de la paz. Llevamos consigo la concupiscencia y el masoquismo. ¿Qué sentimos cuando vemos o nos toca el dolor, cuando parece que la alegría dura tan poco? ¿Cómo es posible que en la gran familia de Dios, el género humano, haya hambre, llanto, depresión, persecución, injusticia, corrupción, violencia? Personalmente lo atribuyo a la ignorancia. El mal que aqueja a la humanidad es la Ignorancia, la peor esclavitud es la ignorancia. No me refiero a la ignorancia del conocimiento humano, pero también,  este de que le sirve si carecemos del conocimiento donado por Dios, si carecemos de los dones del Espíritu Santo, para ser bienaventurados. Es en resumen un abismo infranqueable entre lo que Dios quiere para nosotros y lo que preferimos, la ignorancia para caer "redonditos" en las garras del autor del mal y de la mentira.

A los dignos poseedores de los dones divinos, dice San Pablo: “...nos consideran pobres, pero enriquecemos a muchos, no tenemos nada, pero lo poseemos todo.” (cf 2Cor 6,10). Pero no es posible esta adquisición con el dinero, con el saber humano, con el prestigio, con el poder político maquiavélico. Ni se puede vender esta “fórmula” en el supermercado de propuestas, ni en las oratorias, es cuestión intrínseca; de relación personal con Dios.


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