jueves, 5 de junio de 2014

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti


En las lecturas de hoy encontramos a nuestro Señor Jesús en Jerusalén, ciudad santa del judaísmo. San Pablo defendiendo la fe en Atenas, ciudad de los sabios, en su época, donde se movían círculos religiosos y culturales. Donde Pablo recibe la misión de dar testimonio de Cristo en roma, centro del imperio. Donde más tarde lo proclama con gran elocuencia y seria el escenario de su prisión y de su muerte. Pablo será ajusticiado en la ciudad donde reside el mismo poder que ajustició a Jesús.

Continuando con el discurso de despedid de nuestro Señor Jesús, donde hace una oración al Padre para que todos pertenezcamos a su iglesia, a su comunidad, todos en Cristo como uno solo. Y e3sa iglesia que fundó el Señor es la iglesia católica, que viene desde los Apóstoles y que tiene su centro cede en roma. Pero así como Dios se vale del hombre para salvar a los hombres; así también el maligno se vale de hombres para dispersar, para desparramar, como aconteció después de cinco mil años con la iniciación separatista propuesta por Lutero y Calvino y que esa dispersión se ha convertido en miles y miles de sectas en desobediencia, es decir con un sentimiento de soberbia, frente a la católica.

Y el Señor hoy en su oración pide al Padre por la causa ecuménica, por la unidad de todos en su iglesia, que seamos todos uno desde ya como sociedad santa a imagen de lo que sucederá en la iglesia celeste. Pide que todos aprendamos a vivir en su comunidad bajo las premisas del amor desde ya como debe ser en la vida espiritual. “Para que el mundo crea que tú me has enviado.” Es muy poco lo que se puede decirse sobre esta vinculación, es la voluntad de Dios. Es pues, el trabajo que debemos hacer por la unificación, soportándonos unos a otros, así como nos exhortaba san Pablo. Como el termino empleado hoy día, la tolerancia como convivencia pacífica, pero el Señor propone es la fraternidad por amor, que hace a multifuncional todos comunidad, aunque haya diferencias. No como gesto de debilidad sino de fe en nuestro Creador, en su obrar, en su poder y en su autoridad; dejando nuestra conducta soberbia, es decir dejar de querer ser dioses sin Dios.


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