sábado, 21 de junio de 2014

Le mantendré, eternamente mi favor.


Es tajante, no se puede servir a Dios y al dinero. Nos dice la sagrada escritura que Dios debe ser el primero, antes que todo; se le sirve con la entrega, el compromiso, con testimonio de vida, con la misión, con vida sacramental, viviendo los mandamientos, adorándolo en espíritu y en verdad con todas nuestras fuerzas, centrados en Cristo y que nuestros pensamientos, palabras y actos sean conforme a la voluntad santa de Dios.

Erróneamente se puede pensar que al pobre, al necesitado, al desamparado, haya que consolarlo diciéndole que la situación en que se encuentra es la “voluntad de Dios”, y que en el “cielo” tendría su recompensa. Nuestro buen Dios, nos sigue hablando hoy y enseñando que no se trata de huir de la sociedad para vivir una vida ermitaña y miserable, no es eso lo que Dios quiere para nosotros. Dios quiere que vivamos en su comunidad, haciendo uno por otros, respetándonos y amándonos, respetando y cuidando la naturaleza, que es parte de la creación y que ha sido donada para nuestro bien y no para destrucción o acaparamiento avaro.

Tampoco debemos caer en la tentación de transformarnos en seres pasivos, y achacar desgracias y pobreza a la voluntad de Dios, muy por el contrario nuestro afán se debe centrar en trabajar y esforzarnos en hacer todo lo que esté a nuestro alcance, para que cada persona tenga una vida digna, derecho a un trabajo, a una buena educación, a una buena salud. Si cada uno, desde su lugar se preocupa por el bien común, y los derechos de igualdad en la sociedad en que le tocó vivir, y se entrega confiado y seguro en los brazos de Dios, “Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”

Debido al egoísmo sobrevino el salvajismo que se incrusto en la mentalidad del ser humano, su lucha se hace superviviente y agresiva, se tiene que pensar en el mañana, se tiene que vivir en zozobra, se tiene que perder la paz, la fe y el sentido trascendente. Perdimos el sentimiento valioso y social de la caridad. Por eso tenemos que escuchar de parte de Dios: “no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.”


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