miércoles, 11 de junio de 2014

“Era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe”


El relato de la primera lectura nos presenta a Bernabé es un personaje con cualidades atractivas, poseedor de los dones del Espíritu Santo que lo hacen virtuoso, modelo evangelizador, mediador, unificador en medio de la diversidad.

Permítame preguntarte como bautizado(a) que acredita el discipulado ¿Qué puedes hacer tú hoy cundo está recibiendo del Señor esta misión? “ld y proclamad que el reino de los cielos está cerca” el primer requisito la oración para pedir la gracia para que el Espíritu Santo llene su alma de los deseos de salvación propia y la de los demás y para hacer tu ofrecimiento con decisión, porque no se podrá ¡poner las manos en el arado y volver la mirada atrás! (Lc.9,62) «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.»

El evangelizador no deberá ser un profeta de desgracias o castigos; pero debe ser conscientes que la obra la hace el Espíritu Santo, nuestras fuerzas, por mas buenas intensiones, no alcanza para combatir el poder de la muerte a causa del pecado, el pecador cuando ha perdido la gracia, ya ha entrado en estado de muerte espiritual, y el rescate lo hace el mismo Dios mediante la persona del Espíritu Santo, dador de vida. A nosotros nos corresponde el anuncio de “buenas noticias”. Con conocimiento de causa, con fidelidad, por amor y por fe.

Ahora bien, los signos que acompañan la misión, como es: “Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios.” Corresponde a la acción de Dios, y si nuestra misión la cumpliéramos a cabalidad, con la debida fidelidad, Dios haría muchas cosas más. Pero por causa de nuestra vanagloria, el Espíritu Santo hace su obra esencial en silencio sin bullicios.

El discípulo debe ir previsto de lo necesario solamente, sin llevar ninguna preocupación que interfiera su labor. Así lo vivieron los primeros apóstoles, con entusiasmo y radicalidad. Es el caso de san Pablo y Bernabé apóstol, cuya fiesta celebramos hoy. Asumir el estilo de vida apostólico implica dejar de lado pensamientos, intenciones, palabras, comentarios, prejuicios, intereses, etc. Solamente el firme propósito de cumplir la divina voluntad de Dios. Lo esencial es el mensaje, la noticia que lleva a la salvación, el testimonio de la persona de Cristo Redentor.

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