sábado, 15 de diciembre de 2012

Ven, Señor, a salvarnos


En la primera lectura del Eclesiástico (Sirácide), libro escrito por Ben Sirá (hijo de sirá) de nombre Jesús. Encontramos la figura del embajador de nuestro Señor Jesús, profetizada y tenida en cuenta por los judíos. Juan el Bautista, el que tenía que venir a preparar el camino. “e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías" para convertir los corazones de los padres hacia los hijos", y a los desobedientes a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto” (Lc.1,17). Quien nos diría que todo lo esperado se ha hecho realidad en el presente en la persona de Jesús. La pregunta sobre Elías llega atraída por la visión del profeta en la transfiguración. Y pensando en una creencia popular, si Elías no ha vuelto aún, Jesús no es el Mesías. Y nuestro Señor Jesús identifica la persona de Elías con la del Bautista. “Elías ya ha venido y no lo han reconocido, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos” (Mt.17,12). Elías no padeció la muerte, sino que fue arrebatado al cielo.(cf.2 Ry.2,11)

Varias veces Jesús anunció su muerte (véanse 16,21 y 20,17). En ningún momento la presentó como un accidente que podría contrarrestar sus proyectos. Jesús habla de sí mismo en tercera persona, “el Hijo del Hombre”, porque mira su propia suerte como desde fuera. Esta es la voluntad del Padre y él no se toma en cuenta a sí mismo. Jesús la deseó como el medio de dar gloria a su Padre y de reconciliar a los hombres (cf.Jn 17). Su propósito es acrecentar la fe de los discípulos a través de la contemplación de su victoria sobre la muerte; de este modo, se podrá asumir todos los requerimientos que debe adjudicarse el discípulo y seguidor de Jesús. También para superar la tentación de un mesianismo glorioso y fácil, lo contrario a un sistema político y nacionalista.

Que difícil para el hombre reconocer la divinidad de Jesucristo. Difícil de entender y de vivirlo por carencia de fe inteligente. Es necesaria una mirada nueva y un corazón nuevo para reconocerle y continuar por el camino trazado por Dios con generosidad, alegría y asumiendo la exigencia y la perseverancia con humildad.


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