miércoles, 12 de diciembre de 2012

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?


Dios quiere que se narren los acontecimientos simples y sencillos de los pobres. En el presente pasaje se establece un dialogo ente dos mujeres, que a pesar del machismo, es publicado; la mujer no tenia protagonismo para nada. Los dos niños aun sin nacer de manera espiritual ya sostienen una compenetración divina. Muy distinto a nuestros días que la mujer tiene igualdad, pero que quiere matar a sus niños y se priva de la sutil intervención de Dios en sus vidas y en su vientre. Hoy ni la mujer ni el hombre permiten la presencia del Espíritu santo, porque tenemos machado ese aposento divino que El quiere habitar.

María madre celestial nuestra, por donación divina, es la plena de gracia, la preservada de todo pecado y conservada en la pureza, la bendita entre todas las mujeres, la bienaventurada por su fiat, con razón fue exaltada y para honor de las mujeres ha sido proclamada como Madre de la Iglesia. Nuestra devoción ha de ir más allá de unos sentimientos, pasando por la contemplación imitar sus actitudes y confiar en su divina intercesión para obtener la gracia para el combate espiritual para nuestra protección y salvación.

María recibe el título de “madre del Señor”. ¡Dichosa por haber creído!, porque esta fe era la única cosa que podía ofrecer a Dios y valía para él más que el mundo entero. «María se puso en camino» después que por obra del mismo Dios, se encarna la persona del Hijo, (Eucaristía divina, sobrenatural – primer altar), ella primero acoge a Jesús en su existencia y luego sale a llevar la buena nueva a Isabel la de avanzada edad. Encontramos la figura de María, como la primera apóstol misionera. Como podemos ser a imitación de nuestra santa Madre ser discípulos misioneros? Pues cada vez que acojamos a Dios en nuestro interior como don y podemos sentir verdaderamente el cuerpo de Jesús, oremos con los demás el magníficat, como oración revolucionaria, que revela la imagen de Dios, en forma diferente como la ven los opresores y los carentes de fe; y que no es un cántico de resignación. Es verdad que Dios interviene a favor de los humildes y marginados, pero sólo cuando nosotros con nuestro esfuerzo, con nuestra conversión, con nuestra lucha espiritual, hagamos propicia esa intervención.


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