sábado, 26 de enero de 2013

Dios es el rey del mundo. Dios reina sobre las naciones


Más que las curaciones fueron las expulsiones de demonios lo que inquietó a los fariseos y a los maestros de la Ley. Las autoridades viajaron desde Jerusalén para ver más de cerca quién era Jesús.- Siempre la gente se ha inquietado unos por celos con los que ayudan a la liberación en nombre del Señor; otros porque piensan que no cierto lo de las acciones del maligno, quizá crean que es inocuo; otros porque se hacen servidores del mal, por la vida en pecado.

Sobre todo, el mundo no reconoce quien es Dios, no es consciente de su obra y de su actuar, dudamos del poder de Dios, Desconfiamos de sus promesas y nuestra fe es demasiado pequeña. No nos dejamos amar de Dios, somos incapaces de amar y de amarnos. Somos incapaces de reconocer la trascendencia y la necesidad de del crecimiento espiritual y del actuar con la sabiduría providente.

En el momento en que Jesús se crea una nueva familia, la de sus discípulos, el escritor sagrado resalta la incomprensión de su familia carnal, vemos cómo se atreven a decir de Él que «está fuera de sí» Pero esta lamentación no viene de María Santísima, porque desde el primero hasta el último momento, cuando ella se encontraba al pie de la Cruz, se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo.

Tampoco es ajeno este criterio con quien opta por una verdadera conversión para configurarse con Cristo, sus amigos y su familia le van a decir lo mismo; bien nos lo dice nuestro Señor Jesús: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Mediante sus burlas esconderán su miedo; mediante sus descalificaciones harán una mala defensa de su ignorancia y necedad que llevan al odio. Pero sin saberlo este que se ha convertido va a encontrar la paz que desconocen lo que le critican. Pensando en todo esto el Santo Padre nos habló de “radicalismo evangélico” y de “no tener miedo”: «En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza» (Juan Pablo II).


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