jueves, 24 de enero de 2013

Aquí estoy para hacer tu voluntad, Dios mio


Nuestro Señor Jesús va y lleva su mensaje y la invitación a la conversión a todas las gentes y a todos los pueblos, traspasando las fronteras, no se queda en un solo sitio, sino que va en busca del necesitado, para hacer su obra liberadora, sanadora y para dar ejemplo de vida apostólica y comunitaria. Se congrega junto a Jesús las multitudes de toda Palestina: “es un preludio de la universalidad del Evangelio. Las gentes se agolpan en torno al Señor” (vv.7-10) sería una imagen de lo que se repite en todos los cristianos de cualquier época, porque la Humanidad Santísima del Señor es el único camino para nuestra salvación y el medio insustituible para unirnos con Dios. “Al oír esto los gentiles se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban destinados a la vida eterna” (Hch.13, 48). Nosotros estamos llamados a llevarle la Buena Nueva a los demás, para ello que nuestro Señor nos abra los ojos para verle, los iodos para escucharle y nuestra boca para anunciarlo, así seremos como un reflejo de Él.

Es lo que nuestro Señor desea, pero en nuestra realidad habría que preguntarnos como estamos como grupo cristiano, ¿Somos realmente unidos caminando en una sola dirección? ¿Si hay en nosotros un verdadero deseo de conversión para poder invitar a los demás? ¿Cómo nos vemos frente a Cristo? Puede ser que todavía estemos llegando con actos de religiosidad para tratar de tocar al Señor en busca de nuestro propio beneficio, sin hacer nada por los demás y sin una verdadera conversión, sin haber dejado el egoísmo y la mezquindad. Quizás todavía con peticiones de bienes terrenos para apegarnos a ellos.

Como no es fácil debemos pedir a Dios sabiduría divina, aquella que no se puede recibir en lo planteles educativos o por la cátedra o la ciencia, que no la adquirimos con las practicas del mundo o en los distintos estamentos ni estados. Es aquella que procede de Dios y que para el hombre es un “tesoro inagotable” nos dice el Libro Sagrado en sabiduría (7,15-16): “Que Dios me conceda hablar juiciosamente y tener sentimientos dignos de los dones recibidos, pues Él es el guía de la sabiduría y el que dirige rectamente a los sabios. En sus manos estamos nosotros y nuestras palabras, el ser prudentes y el saber obrar”. Entonces podremos cantar con el salmista: “No quisiste sacrificio ni ofrenda, pero me abriste el oído. No pediste holocausto ni sacrificio de expiación; entonces dije. «Aquí estoy -como está escrito acerca de mí en el Libro- para hacer tu voluntad, Dios mío». Ése es mi querer, pues llevo tu Ley dentro de mí. He anunciado la justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, Señor, Tú lo sabes bien” (Sl.40,7-10)


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