lunes, 28 de enero de 2013

Aclamad al Rey y Señor nuestro.


«Belzebul» es el nombre de un dios pagano, con que los judíos designaban al jefe de los demonios. (cf 2 Rey. 1. 2.) El «hombre fuerte» representa a Satanás. Jesús lo derrota expulsando a los demonios, no por complicidad con él, sino porque sabe el daño que hace la sus criaturas y porque es más poderoso. La actividad del Redentor aparece a los ojos humanos como una locura (v. 21). Así se presenta también en otros lugares del Nuevo Testamento (cfr 6,3), de modo semejante a como fue vista muchas veces la actuación de los profetas. O como cualquiera que tenga un verdadero sentimiento por la conversión de sus próximos.

Los escribas bajados de Jerusalén reconocen el poder de Jesús sobre los demonios, pero llegan a imputar al diablo lo que son obras de Dios. Jesús explica, con unas comparaciones, la contradicción de la acusación de los escribas. Ante la ceguera de sus corazones, Jesús, que había mostrado su misericordia perdonando a los pecadores y comiendo con ellos, advierte cuán difícil será el perdón para quienes voluntariamente se cierran al conocimiento de la verdad.

Jesús rechaza la acusación de los fariseos malintencionados (v. 24) señalando que las expulsiones de demonios que realiza son prueba de que ha comenzado el Reino de Dios, y demuestra la identidad divina de su persona. Pero nos hace una amonestación cuidadosa: “se les perdonará a los hijos de los hombres: los pecados y cuantas blasfemias profieran; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo jamás tendrá perdón, sino que será reo de delito eterno.” Es decir quién negué el poder de Dios y sus obras, y el rechazo a la salvación que ofrece Dios a los hombres por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz. Estos no tienen perdón.

¿Por qué la blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable? ¿En qué sentido hay que entender esta blasfemia? Santo Tomás de Aquino responde que se trata de un pecado “irremisible por su misma naturaleza porque excluye los elementos gracias a los cuales se concede la remisión de los pecados”. Y Juan Pablo II nos dice: “La blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado cometido por el hombre que presume y reivindica el “derecho” a perseverar en el mal –en el pecado, cualquiera que sea su forma- y por ahí mismo rechaza la Redención. El hombre permanece encerrado en el pecado, haciendo, pues, por su parte, imposible la conversión y, por consiguiente, también la remisión de los pecados, la cual él no juzga esencial ni importante para su vida. En este caso, hay una situación de ruina espiritual, porque la blasfemia contra el Espíritu Santo no permite al hombre salir de la cárcel en la cual él mismo se ha encerrado.” 



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