En la época de nuestro Señor Jesús, según la cultura, la exclusión para un leproso significaba una muerte lenta y penosa. La actitud del leproso del Evangelio, está llena de esperanza, de confianza, de fe, suplica porque sabe que su condición cambiara por obra divina. Y la acción de Dios comienza con el contacto físico, como lección que no hemos aprendido. De hecho ya es una ruptura a toda la legislación de pureza ritual en aquella sociedad. Jesús levanta a este miserable de su estado mediante la restitución a la sociedad, por eso le pide que acuda a cumplir lo establecido por Moisés, presentándose al sacerdote, representante de la estructura religiosa.
“Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, « inició y completa nuestra fe » (Hb 12,2)” (Papa Francisco- Luz de la fe 57)
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