sábado, 2 de agosto de 2014

Escúchame, Señor, el día de tu favor


Al reflexionar sobre el crimen de san Juan Bautista, se queda uno perplejo ante tanta injusticia. El A/T. nos narra otros casos injustos como el de David con su soldado Urias. Pero también son innumerables los casos en el N/T. y sobre todo en nuestro tiempo. “Oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús, y dijo a sus ayudantes: «Ese es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los Poderes actúan en él.» (Herodes Antipas, hijo de Herodes el grande.) La seducción de una muchacha condujo al embriagado mandatario a dictar una condena de muerte injusta, por no querer figurar como débil frente a sus condescendientes. Pero no tardo en sentir el poder y la autoridad de nuestro Señor Jesús, quien tomo la bandera de Juan para remover los cimientos de los opresores del pueblo de Israel. Para el desventurado rey lo que sentía no era deseos de conversión sino quizás, su conciencia, la voz de su alma que clamaba por su purificación.

Que otros queden maravillados de que Juan haya sido anunciado por los profetas, anunciado por un ángel..., nacido de padres tan santos y tan nobles, aunque de edad avanzada y estériles..., que en el desierto haya preparado el camino del Redentor, que haya convertido los corazones de los padres hacia los hijos y los de los hijos hacia los padres (Lc 1,17), que haya sido digno de bautizar al Hijo, escuchar al Padre, ver al Espíritu (Lc 3, 22), en fin, que haya combatido por la verdad hasta dar la vida y que, para ser precursor de Cristo incluso en el país de los muertos, haya sido mártir de Cristo ya antes de su Pasión. Que otros se queden maravillados de todo esto” (Beato Guerrico)

Este acontecimiento del más grande de los profetas, se vincula como la intima relación que existe entre el Mesías y su precursor. Además, describe de manera ejemplar que la misión del discípulo es mantener una actitud crítica en defensa de la justicia y la paz, frente a la sociedad y a las culturas contrarias a los valores del evangelio, aunque sea incómodo para aquéllos que buscan para sí mismos el poder, el tener y la fama, pasando por encima de los humildes y necesitados, por la gente de bien. Al respecto dice san Pablo: «No nos predicamos a nosotros mismos sino al Señor Jesucristo» (2Co 4,5).


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