martes, 5 de marzo de 2013

Señor, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde 


Nuestro Señor Jesús, que en todo va más allá de lo que simplemente está escrito, mandado, propone que no es tanto la cantidad de veces que se perdona, sino la calidad de ese perdón; esto es, perdonar siempre y de corazón. No es callarse y seguir sintiendo dentro de si el odio, la falta de perdón sincero. En cambio si después de perdonar, mas bien orar por quien nos ofende porque es también mandato de Dios, “Orad por los enemigos” Perdonar de todo corazón al que ha hecho el mal es un acto interior; siempre y con todos hay que liberarse del espíritu de venganza: “oren por los que los persiguen”(Mt.5,44)

A la manera de Dios, «Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda”, que era enorme. Como es que éste no fue capaz de sentir misericordia por quien le debía un cantidad pequeña. El final negativo y triste de la parábola, con todo, hace honor a la justicia y pone de manifiesto la veracidad de aquella otra sentencia de Jesús en Lc 6,38: «Con la medida con que midáis se os medirá».

Lo mismo hará con ustedes”, para darse a entender, pero en realidad no es Dios quien castiga, somos nosotros los que hemos destruido voluntariamente algo irreparable. Este deber del perdón de nosotros que somos la Iglesia ha estado siempre muy lejos de ser santa como es su deber. Sin embargo nadie puede negar que haya sido en todo tiempo el lugar donde se enseñó la misericordia de Dios y donde los hombres aprendieron a perdonar; !que fuera el mundo sin los católicos comprometidos, que dan ejemplo de vida!

También hay la necesidad de restablecer las relaciones con el culpable, a fin de que este repare el daño causado en la medida de sus posibilidades: (Cf. Lc.17,3). Si no se diera esto último, sería una abdicación frente al mal y una negación de la justicia.


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